Darío Ortiz Robledo
Como su arte es figurativo y sus temas
tratan de los eternos dilemas que han representado siempre los pintores
de la antigüedad, se dice de Darío Ortiz que es el gran clásico
colombiano actual, pero no es solo eso: Ortiz representa a una parte de
los pintores más actuales del momento, a una corriente del arte de
vanguardia, pues la figuración se ha vuelto a incorporar a la cabecera
pictórica que nunca debió perder y buena prueba de ello es la gran
aceptación comercial que su obra tiene en los mercados actuales, que
valoran tanto su sólida formación artística como su excelente calidad
técnica.
Y a pesar de ello Darío no solo es el
pintor colombiano más conocido en el mundo tras Fernando Botero, sino un
metódico estudioso de la pintura de su entorno y todo un activista en
asuntos artísticos que ha llegado a promocionar y presidir uno de los
museos de pintura más activos de América Latina, el Museo de Arte de
Tolima.
Nació Darío Ortiz en Ibagué, Colombia,
el 12 de Septiembre de 1968. Hijo de Darío Ortiz Vidales y Martha
Cecilia Robledo. Aunque muy pronto destacan sus facultades para los
estudios, su pasión se centra en el arte pictórico y es su padre, que de
joven pintaba con exquisito gusto, quien le da las primeras nociones de
manejo de la pintura al óleo.
Aunque su juventud se desarrolla
plácidamente en el hogar familiar, los tiempos convulsos que vive su
país, con asesinatos de exlíderes guerrilleros, candidatos
presidenciales y conocidas personalidades de la vida política y social
de Colombia, hacen que el joven Darío viva una lucha interior ideológica
muy profunda que solo puede llegar a comprender en toda su magnitud
quien haya vivido inmerso en el desarrollo de un país turbulento.
Pero afortunadamente para el arte,
desencantado por las miserias políticas, Darío se decanta por la poesía
de la pintura y se centra en una actividad febril delante de sus
lienzos. En la década de los ochenta produce escalofriantes escenas de
temas sociales e indígenas, aunque también pasa por una etapa de
abstracción en su pintura y participa en exposiciones de arte en
Colombia, Miami y Suiza. Es a finales de esa década cuando realiza un
postgrado sobre historia y arte en la Universidad, poco antes de
emprender su primer viaje por Europa.
Con la intención de reclamar un premio
que había ganado en Francia, Darío emprende un viaje hasta Italia y
recala en Florencia, pero también pasa por Roma. Es entonces cuando
comienza a hervir una llama que le lleva a iniciar el gran cambio que se
produce en su pintura. A su vuelta a Colombia se encierra en su taller y
retoma un diálogo con la pintura que nunca había perdido en busca de
una mejor comunicación con el público.
El autor que salió de su país como un
pintor abstracto retoma la figuración y comienza a recrear escenas
cotidianas y actuales de los mitos bíblicos. Su pintura es ya posmoderna
porque él es un hombre actual, pero bulle en su significado y
planteamiento el clasicismo de los grandes pintores realistas, y el
resultado no puede ser más espectacular, una pintura vibrante y cargada
de tensión, de impecable factura y de un mensaje tan válido como
intemporal.
Aún volverá a Florencia, pero esta vez
ya no viaja solo, sino con Marcela, su mujer, y no va como un aprendiz
de pintor, sino como un artista que busca su sitio en el arte.
Contratado por una galería, Darío se sumerge en contemplación de los
clásicos y aprende de ellos que la pintura se basta por sí misma como
vehículo de transmisión de ideas, que la belleza seduce y que es una
parte consustancial de su personalidad:
“Ya no tenemos la necesidad de una
carrera loca por lo nuevo, tenemos el derecho a ser distintos, a ser
distintos siendo auténticos, con toda nuestra carga de caprichos,
complejos y de peso cultural. Ahora podemos sentarnos con toda calma a
crear los parámetros sobre los que construiremos una obra en la medida
de nuestras necesidades. No podemos ver más allá de lo que somos o
inventarnos nada que supere los límites de nuestra propia vida”
Así surge el Darío Ortiz posmoderno, su
viaje iniciático le proporciona los conocimiento y armas suficientes
para, desde su casa cercana a Bogotá, pintar sin descanso con una
precisión de cirujano y una creatividad desbordante uniendo todas las
facetas de su mundo, sus figuras del entorno actual, sus escenas de la
antigüedad, su cultura cristiana occidental o las características del
pueblo americano que le vio y ayudó a crecer.
A partir de la entrada del nuevo siglo,
Ortiz se enfrenta a retos pictóricos como el producido por la muerte de
su padre, pero también cuestiona la arrogancia del hombre contemporáneo y
la validez de la modernidad. Es un pintor que no solo nos muestra el
resultado de sus obras, sino su proceso de trabajo y la explicación de
su mensaje para establecer una comunicación más directa y fácil.
Junto a otros artistas, Darío Ortiz
promovió la creación del Museo de Arte de Tolima, uno de los más activos
de América latina, que abrió sus puertas en 2003 y contiene más de 500
obras de arte. Su labor investigadora sobre la pintura americana le ha
llevado a generar unos importantes archivos y a formarse como una de las
personalidades claves en el arte internacional actual.
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